1

La élite deberá enfrentar la desconexión entre la clase política, los grupos de poder y la ciudadanía

Las elecciones parlamentarias y presidenciales 2025 se desarrollarán en medio de fracturas internas entre los partidos de derecha y en la búsqueda de una estrategia coherente y ganadora en la izquierda. La desconexión entre la clase política, los grupos de poder y la ciudadanía no solo profundiza el escepticismo, sino que podría abrir las puertas al auge de proyectos populistas de carácter autoritario.

2

La participación ciudadana en las elecciones de 2025 será un factor decisivo

A nivel global, las elecciones recientes han mostrado un patrón de castigo a los incumbentes, impulsado por la desafección ciudadana y el impacto de las crisis económicas post-pandemia. Chile no es la excepción, y los comicios 2025 se perfilan como una prueba crucial para el oficialismo. La capacidad del Gobierno para canalizar las demandas sociales y presentar una propuesta convincente será determinante en su desempeño electoral. Sin una respuesta clara y efectiva a las preocupaciones ciudadanas, la continuidad de su proyecto político se verá seriamente amenazada, en un contexto en donde la creciente desafección hacia las instituciones y el sistema de voto obligatorio serán factores decisivos.

3

La seguridad seguirá siendo el elemento clave de la discusión política

La administración de Gabriel Boric enfrenta una paradoja significativa: pese a haber impulsado más proyectos de ley en materia de seguridad que cualquier otro gobierno reciente —como la creación del Ministerio de Seguridad Pública, la Ley Antiterrorista y la Ley de Infraestructura Crítica— y aumentado significativamente su presupuesto, persiste una percepción ciudadana negativa respecto a la efectividad de estas políticas. Este descontento refleja la brecha entre las expectativas ciudadanas y los resultados tangibles en el terreno de la seguridad.
Esta demanda, tradicionalmente subestimada por las fuerzas progresistas, se ha transformado en un campo politizado donde los partidos de oposición han encontrado ventajas significativas. La derecha ha consolidado un discurso punitivista, promoviendo propuestas como la militarización y el endurecimiento de penas, inspiradas en el modelo aplicado por Nayib Bukele en El Salvador. En respuesta, algunos sectores de la izquierda han comenzado a virar hacia un enfoque más pragmático, adaptando sus posturas para captar un electorado más amplio y responder a una opinión pública que percibe al gobierno como ineficaz en esta materia.

4

La seguridad seguirá siendo el elemento clave de la discusión política

A esto se suma la relación entre migración y delincuencia, marcada por una percepción pública que asocia el aumento de los flujos migratorios con un incremento en los problemas de seguridad, una narrativa que ha sido amplificada por ciertos sectores políticos y mediáticos. Aunque estudios oficiales muestran que no existe una correlación directa entre migración y criminalidad, la falta de políticas de integración y el impacto de casos de delincuencia organizada han contribuido a reforzar estereotipos negativos. Este escenario plantea un desafío para el sistema político chileno, que debe equilibrar la implementación de políticas migratorias ordenadas y justas, fortalecer la seguridad pública, y combatir la desinformación para evitar la estigmatización de los migrantes, promoviendo a la vez cohesión social y un enfoque basado en evidencia.

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La élite deberá enfrentar la desconexión entre la clase política, los grupos de poder y la ciudadanía

Las elecciones parlamentarias y presidenciales 2025 se desarrollarán en medio de fracturas internas entre los partidos de derecha y en la búsqueda de una estrategia coherente y ganadora en la izquierda. La desconexión entre la clase política, los grupos de poder y la ciudadanía no solo profundiza el escepticismo, sino que podría abrir las puertas al auge de proyectos populistas de carácter autoritario.

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La participación ciudadana en las elecciones de 2025 será un factor decisivo

A nivel global, las elecciones recientes han mostrado un patrón de castigo a los incumbentes, impulsado por la desafección ciudadana y el impacto de las crisis económicas post-pandemia. Chile no es la excepción, y los comicios 2025 se perfilan como una prueba crucial para el oficialismo. La capacidad del Gobierno para canalizar las demandas sociales y presentar una propuesta convincente será determinante en su desempeño electoral. Sin una respuesta clara y efectiva a las preocupaciones ciudadanas, la continuidad de su proyecto político se verá seriamente amenazada, en un contexto en donde la creciente desafección hacia las instituciones y el sistema de voto obligatorio serán factores decisivos.

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La seguridad seguirá siendo el elemento clave de la discusión política

La administración de Gabriel Boric enfrenta una paradoja significativa: pese a haber impulsado más proyectos de ley en materia de seguridad que cualquier otro gobierno reciente —como la creación del Ministerio de Seguridad Pública, la Ley Antiterrorista y la Ley de Infraestructura Crítica— y aumentado significativamente su presupuesto, persiste una percepción ciudadana negativa respecto a la efectividad de estas políticas. Este descontento refleja la brecha entre las expectativas ciudadanas y los resultados tangibles en el terreno de la seguridad.
Esta demanda, tradicionalmente subestimada por las fuerzas progresistas, se ha transformado en un campo politizado donde los partidos de oposición han encontrado ventajas significativas. La derecha ha consolidado un discurso punitivista, promoviendo propuestas como la militarización y el endurecimiento de penas, inspiradas en el modelo aplicado por Nayib Bukele en El Salvador. En respuesta, algunos sectores de la izquierda han comenzado a virar hacia un enfoque más pragmático, adaptando sus posturas para captar un electorado más amplio y responder a una opinión pública que percibe al gobierno como ineficaz en esta materia.

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La seguridad seguirá siendo el elemento clave de la discusión política

A esto se suma la relación entre migración y delincuencia, marcada por una percepción pública que asocia el aumento de los flujos migratorios con un incremento en los problemas de seguridad, una narrativa que ha sido amplificada por ciertos sectores políticos y mediáticos. Aunque estudios oficiales muestran que no existe una correlación directa entre migración y criminalidad, la falta de políticas de integración y el impacto de casos de delincuencia organizada han contribuido a reforzar estereotipos negativos. Este escenario plantea un desafío para el sistema político chileno, que debe equilibrar la implementación de políticas migratorias ordenadas y justas, fortalecer la seguridad pública, y combatir la desinformación para evitar la estigmatización de los migrantes, promoviendo a la vez cohesión social y un enfoque basado en evidencia.

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